Cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que las autoridades judías después de detener a algunos de los seguidores de Jesús, por anunciar su resurrección, los dejaron el libertad con esta orden: “os prohibimos seguir anunciando esa forma de vida”.
El cristianismo no es una doctrina sino una vida. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia», decía Jesús. La fe cristiana no es primordialmente un sistema religioso, un código moral, una tradición ritual, sino una experiencia vital. La historia de la fe cristiana es la historia de una experiencia que se va a transmitiendo de unas generaciones a otras. Algo que no podemos olvidar.
La revista Antena Misionera (Misioneros de la Consolata) nos trae mes a mes interesantes articulos para la formación e información de cada misionero. Es una revista de actualidad, todos los articulos estan digitalizados en www.antenamisionera.org.
Vamos a comenzar a difundir en nuestro blog, articulos de la sección PROVOCACIÓN MISIONERA....
El Dios de la Vida
Todo parte de un encuentro
Todo había comenzado cuando algunos discípulos y discípulas se ponen en contacto con Jesús y llegan a experimentar en Él algo que podemos resumir así: «la cercanía salvadora de Dios». Sin este encuentro todo hubiera seguido como antes.
Ha sido la experiencia de ese contacto con Jesucristo lo que ha transformado la vida de aquellos hombres y mujeres dando un sentido y una orientación nuevos a su existencia. Podemos decir que, ean contacto con Jesús, intuyen, captan y experimentan que Dios es «amigo de la vida» (Sab 11,26), un «misterio de amor» que quiere y hace posible una vida más digna y dichosa para todos.
Se sienten «salvados» y se entusiasman con la tarea de introducir y hacer presente en la historia de los hombres esa experiencia nueva de Dios, una experiencia transformadora, humanizadora, liberadora en la que Jesús soñaba cuando hablaba del «Reinado de Dios».
No es el momento de describir las vicisitudes por las que pasa esta experiencia de los primeros discípulos: las dudas, incertidumbres y malentendidos durante su convivencia con Jesús por los caminos de Galilea; la cobardía, debilidad y negación en el momento de la crucifixión; la intensidad y hondura de su encuentro decisivo con el Resucitado, cuando experimentan la «paz de Dios» y se sienten perdonados y restituidos de nuevo a la amistad con un Dios que ofrece su salvación incluso a quienes lo rechazan. Lo importante es destacar que el encuentro con Jesucristo transforma enteramente su existencia, rompe la imagen que tenían de Yahvé, del mundo, de la vida y de sí mismos. Se derrumba un «mundo viejo» y nace algo completamente nuevo. San Pablo lo experimenta así: «El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Cor 5,17).
¿Qué fue lo decisivo en esta experiencia con Jesús? ¿qué descubrían de especial en Él? Ciertamente, lo especial y decisivo no fueron los milagros: también otros hacían milagros en aquella sociedad (Cf Mt 12,27; Lc 11,19). Lo decisivo no fué tampoco la sabia doctrina que Jesús podía enseñar. Lo decisivo es Él, su persona, su vida entera, el misterio de un hombre que vive sanando, acogiendo, perdonando, liberando del mal, amando apasionadamente al ser humano por encima de toda ley religiosa o social, entregando su vida hasta la muerte, y sugiriendo a todos que Dios en su último misterio es así: amor insondable y sólo amor.
Comunicar la experiencia
Estos hombres y mujeres no pueden callar su experiencia. Necesitan comunicarla. Así lo afirman abiertamente Pedro y Juan ante el Sanedrín: «Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch. 4,20). La evangelización comienza como comunicación de la experiencia vivida con Cristo. Lo explica bien la primera Carta de Juan: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que han visto nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra, que es la vida... esto que hemos visto os lo anunciamos también a vosotros para que también vosotros lo compartáis con nosotros; y nuestro compartir lo es con el Padre y con su Hijo Jesús, el Cristo» (1 Jn 1, 1-3).
Los primeros discípulos comunican su experiencia siguiendo tres caminos inseparables y complementarios: anuncian la noticia increíble de un Dios que sólo es Amor gratuito e inmerecido a todo ser humano; introducen un estilo de vida marcado por el mandato nuevo del amor; celebran con gozo la salvación que nos ofrece en Cristo el Dios de la vida.
Inevitablemente, el paso del tiempo irá cambiando las cosas. Pronto su mensaje vendrá fijado por escrito, nacerán primero las Escrituras cristianas (Nuevo Testamento) y más tarde toda la tradición de los Padres y la doctrina elaborada por los teólogos. Pronto el espíritu que animaba su nuevo estilo de vida quedará también recogido en pautas de comportamiento que darán más tarde origen al desarrollo de la doctrina moral. También la celebración de la experiencia vivida con Cristo irá cristalizando en una liturgia regulada por una normativa ritual. De esta forma, lo que para los primeros creyentes fue una experiencia viva, para nosotros es hoy texto escrito, tradición doctrinal, sistema moral, liturgia ritual.
Esta situación en la que nos encontramos hoy los cristianos no nos ha de hacer olvidar que la fe cristiana no es en primer lugar ni fundamentalmente una doctrina que se ha de aceptar, ni un código moral que se ha de cumplir, ni unas prácticas religiosas que se han de observar. Antes que nada, la fe cristiana es una experiencia que ha de ser vivida, ofrecida y comunicada como Buena Noticia de Dios. Por eso, evangelizar no significa, en primer lugar, transmitir una doctrina, exigir una moral o urgir una práctica ritual, sino evocar, comunicar, suscitar y ayudar a vivir la experiencia original del encuentro con Jesucristo.
Nuestro problema
La historia de la fe cristiana es, por tanto, la historia de una experiencia que se transmite y se contagia de unas generaciones a otras. En esta historia de salvación entramos cada uno haciendo nuestra propia experiencia de la «gracia de Cristo», reactualizando en nosotros la experiencia de fondo que vivieron los primeros discípulos y seguidores.
Si no se produce la renovación continua de esta experiencia, se introduce en el cristianismo una ruptura trágica. Los teólogos siguen desarrollando la doctrina; los predicadores y catequistas siguen exponiendo el contenido de la fe; los pastores se preocupan de recordar y de urgir la moral cristiana; en las comunidades se «administran» los sacramentos y se cuida la observancia de las prácticas religiosas. Pero si queda interrumpida la comunicación de la experiencia, falta lo esencial, lo único que da vida a la fe cristiana...JES