DESCALZARSE PARA ENTRAR EN EL OTROEstamos preparandonos para la Misión 2009 en distintos lugares de nuestro país e incluso fuera de el. Esta reflexión nos muestra que es fundamental salir de nosotros mismos para poder lograr el  encuentro con nuestros hermanos y con el Señor que habita en su corazón. (Al final se puede descargar en formato pdf)  
Una mañana, reflexionando sobre un anuncio,  me detuve ante una expresión que resonó  de una manera muy especial en mi corazón:  “Descalzarse para entrar en el otro”.  
Le pregunté al Señor qué significaba esto.  Se me ocurrían palabras como respeto,  delicadeza, cuidado, prudencia.  
Recordé las palabras del Éxodo 3,5:  “No te acerques más, quítate tus sandalias  porque lo que pisas es un lugar sagrado”  
Fueron las palabras que Yahvé dijo a Moisés  ante la zarza que ardía sin consumirse,  y pensé: “Si Dios habla al interior de mi hermano,  su corazón es un lugar sagrado”.  
No tardé en ponerme en oración.  Jesús me presentaba uno a uno a mis amigos  y conocidos y luego a otros.  
Y descubrí cómo habitualmente  entro en el interior de cada uno sin descalzarme,  simplemente entro: sin fijarme en el modo, entro. 
Experimenté una fuerte necesidad  de pedir perdón al Señor y a mis hermanos.  Sentí que el Señor me invitaba  a descalzarme y luego a caminar.  
Después noté una especie de resistencia:  “no quería ensuciarme”.  Me resultaba más seguro andar calzado al acercarme a los otros:  la comodidad, el temor...  Vencido este primer momento  comencé a caminar y el Señor a cada paso  iba mostrándome algo nuevo.  
Advertí que, descalzo, podía descubrir mejor  las alternativas del terreno que pisaba,  distinguir lo húmedo y lo seco del pasto de la tierra.  Necesitaba mirar a cada paso lo que pisaba,  estar atento al lugar donde iba a poner mi pie.   
Me di cuenta de cuántas cosas  del interior de mis hermanos  se me pasan por alto,  las desconozco, no las tengo en cuenta...  por entrar calzado, con la mirada puesta en mí  o disperso en múltiples cosas.  
Pude comprobar también cómo, descalzo,  caminaba más lentamente;  no usaba mi ritmo habitual  y trataba de pisar con más suavidad. Donde mis zapatillas habían dejado marcas,  mi pie no las dejaba.   
Pensé entonces cuántas marcas habré dejado  en el corazón de mis hermanos a lo largo del camino  y experimenté un gran deseo de entrar en los otros  sin dejar un cartel que diga: “aquí estuve yo”.  
Por último, fui atravesando distintos terrenos,  primero de pasto, luego de tierra...  hasta llegar a una subida y con piedras.  
Sentí deseos de detenerme y volver a calzarme;  pero el Señor me invitó  a caminar descalzo un poquito más.  
Después de este recorrido con el Señor,  pude ver claramente  que descalzarse es  entrar sin prejuicios...,  atento únicamente a las necesidades de mi hermano,  sin esperar una respuesta determinada.  
Es entrar sin intereses, habiendo despojado mi alma.  Porque creo, Señor, que estás vivo  y presente en el corazón de mis hermanos,  por eso me comprometo  a detenerme, descalzarme...  y entrar en cada uno  como en un lugar sagrado. Cuento para ello, Señor,  con tu GRACIA.  
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