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14 de abril de 2009

La riqueza de ser “nadie”


La riqueza de ser “nadie”

Sí. Ya me imagino que se habrá pasado por la cabeza que eso de ser “nadie” no puede ser una riqueza. Y en parte tienes razón.
Muchos millones de personas en nuestro mundo son condenados a ser “ninguneados”, a ser nadie. Se les excluye de todo derecho humano o social. Se les relega a ser parte de la escoria de la sociedad. Se les condena a morir prematuramente, antes de haya llegado su hora.
Estamos de acuerdo en que eso no es ninguna riqueza. Es la expresión más degradante de la pobreza moral de un mundo injusto e inhumano.
Pero aquí quiero hablar de otra forma de ser “nadie”.

Hace tiempo que se decía que “si no apareces en televisión, no eres nadie”. Más recientemente la expresión ha cambiado: “si no estás en Internet, no existes”.

La tentación del protagonismo, el afán de “aparecer”, aunque no tenga nada importante que decir o comunicar, se va imponiendo en muchos ámbitos sociales, incluido el eclesial.

Confieso que alguna vez aparecí en televisión –con escasa repercusión- y que no me queda más remedio que estar en Internet. Por fortuna, paso casi inadvertido.

La importancia de ser “don Nadie”

Aunque Jesús de Nazaret sea hoy un personaje mundialmente conocido, si volvemos dos mil años atrás en la historia, vivía en un rincón perdido y desconocido del Imperio Romano. Poca gente lo seguía. En algún momento alcanzó cierta popularidad entre sus paisanos. Pero a la hora de la verdad, cuando se trataba de llevar a sus últimas consecuencias su mensaje, cuando tuvo que asumir la cruz, prácticamente se quedó solo, excepto cuatro o cinco personas y su madre.

En realidad apareció como un “don Nadie”. Alguna vez preocupó a las autoridades de su pueblo, pero pronto encontraron la forma de quitárselo de en medio.

Por eso no deja de ser curioso que tras veinte siglos se lo siga recordando en todos los rincones de la tierra, que siga teniendo millones de seguidores, que su vida siga siendo un aguijón clavado en la conciencia de muchas personas.

Eludió la publicidad

Y para colmo evitó y huyó de toda forma de publicidad. De Nazaret se escapa cuando pretenden retenerlo (Lc 4, 30); después de dar de comer a una multitud, sabiendo que querían hacerlo rey, huyó al monte solo (Jn 6, 15); cuando le piden que haga algún milagro espectacular, se niega (Lc 11, 29); teniendo la posibilidad de bajar de impresionar a todo el mundo bajando de la cruz, se niega hacerlo (Lc 23, 35-39).

No quiere ser primera página de los periódicos, ni aparecer en los telediarios.
Hay algo que tiene claro, que pide a sus seguidores, y se aplica a sí mismo: “los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22, 25-27).

Hacer más que decir

Jesús sabe que hacer es más importante que decir. Cualquiera puede hablar bien, pocos hacen el bien. Por eso había puesto en guardia a sus seguidores acerca de los maestros de Israel: “Haced lo que dicen, no lo que hacen”. Las palabras de Jesús van acompañadas de hechos que las confirman. A sus detractores les dirá: “Si no creéis en mis palabras, creed al menos en mis obras”.

A la luz de la actitud de Jesús pienso que en muchas situaciones, especialmente cuando afectan a situaciones íntimas de las personas, o cuando las realidades son aún discutibles y necesitan más profundización, un silencio respetuoso sería más evangelizador que la búsqueda de un protagonismo hecho a base de palabras y estereotipos.

Desgraciadamente nos cuesta llamarnos al silencio, cuando nos creemos dueños y poseedores de todas las verdades. Esa actitud nos puede alejar de la Verdad: “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 17). Quien se cree dueño de la verdad, tenderá a sentirse juez. Y no es ésa la misión de la Iglesia. Jesús terminó siendo juzgado y no siendo juez. Es bueno que no lo olvidemos.

La experiencia de los misioneros

Los misioneros elegimos vivir en medio de pueblos, culturas, religiones totalmente distintas de la nuestra. Nos sentimos llamados a anunciar “buenas noticias”. A hacerlo con un profundo respeto. Sin sentirnos jueces de nadie. Pero sabiendo que llevamos una única riqueza: a Cristo y a Cristo crucificado (1Cor 2, 2) y como Pablo presentándonos débiles y temblorosos.

El crucificado es la imagen del “don Nadie”, del ninguneado por propios y extraños. Y ésa es nuestra única riqueza.

Ernesto Duque

Publicado el 01 de abril 2009 en Revista Antena Misionera (Misioneros de la Consolata)

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