La liturgia del Domingo 33 del Tiempo ordinario nos presenta, fundamentalmente, una invitación a la esperanza; a confiar en ese Dios libertador, Señor de la historia, que tiene un proyecto de vida definitiva para los hombres. Como dicen nuestros textos, Él va a cambiar la noche del mundo en la aurora de una vida sin fin.
La primera lectura anuncia a los creyentes perseguidos y desanimados la llegada inminente del tiempo de la intervención liberadora de Dios para salvar al Pueblo fiel. Esta es la esperanza que debe sostener a los justos, llamados a permanecer fieles a Dios, a pesar de la persecución y de la prueba. Su constancia y fidelidad serán recompensadas con la vida eterna.
En el Evangelio, Jesús nos garantiza que, en un futuro sin fecha determinada, el mundo viejo del egoísmo y del pecado caerá y que, en su lugar, Dios va a hacer aparecer un mundo nuevo, de vida y de fidelidad sin fin. A sus discípulos, Jesús les pide que estén atentos a los signos que anuncian esa nueva realidad y disponibles para acoger los proyectos, las llamadas y los desafíos de Dios.
La segunda lectura recuerda que Jesús vino al mundo para hacer realidad el proyecto de Dios en el sentido de liberar al hombre del pecado y de insertarlo en una dinámica de vida eterna. Con su vida y con su testimonio, nos enseñó a vencer el egoísmo y el pecado y a hacer de la vida un don de amor a Dios y a los hermanos. Ese es el camino del mundo nuevo y de la vida definitiva.
La primera lectura anuncia a los creyentes perseguidos y desanimados la llegada inminente del tiempo de la intervención liberadora de Dios para salvar al Pueblo fiel. Esta es la esperanza que debe sostener a los justos, llamados a permanecer fieles a Dios, a pesar de la persecución y de la prueba. Su constancia y fidelidad serán recompensadas con la vida eterna.
En el Evangelio, Jesús nos garantiza que, en un futuro sin fecha determinada, el mundo viejo del egoísmo y del pecado caerá y que, en su lugar, Dios va a hacer aparecer un mundo nuevo, de vida y de fidelidad sin fin. A sus discípulos, Jesús les pide que estén atentos a los signos que anuncian esa nueva realidad y disponibles para acoger los proyectos, las llamadas y los desafíos de Dios.
La segunda lectura recuerda que Jesús vino al mundo para hacer realidad el proyecto de Dios en el sentido de liberar al hombre del pecado y de insertarlo en una dinámica de vida eterna. Con su vida y con su testimonio, nos enseñó a vencer el egoísmo y el pecado y a hacer de la vida un don de amor a Dios y a los hermanos. Ese es el camino del mundo nuevo y de la vida definitiva.
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