
En la primera lectura, por boca del profeta Jeremías, el Dios de la alianza anuncia que es fiel a sus promesas y que va a enviar a su Pueblo un “vástago” de la familia de David. Su misión será realizar ese mundo soñado de justicia y de paz: fecundidad, bienestar, vida en abundancia, serán los frutos de la acción del mesías.
El Evangelio nos presenta a Jesús, el mesías hijo de David, anunciando a todos los que se sienten prisioneros: “alegraos, vuestra liberación está próxima. El mundo viejo al que estáis encadenados va a caer y, en su lugar, va a nacer un mundo nuevo, donde conoceréis la libertad y la vida en plenitud.
Estad atentos, para acoger al Hijo del Hombre que os va a traer ese mundo nuevo”. Es necesario, sin embargo, reconocerlo, saber identificar sus llamadas y tener el coraje de construir, con él, la justicia y la paz.
La segunda lectura nos invita a no instalarnos en la mediocridad y en la comodidad, sino a esperar, con una actitud activa, la venida del Señor. Es fundamental, en esa actitud,
la vivencia del amor: él es el centro de nuestro testimonio personal, comunitario, eclesial.
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