¡Qué bien viene insistir en las dos dimensiones de la lectura bíblica, hecha a través de los tres Ciclos del Leccionario dominical! La dimensión comunitaria. Una lectura hecha en el seno de la comunidad para la comunidad, reunida en torno a la «mesa de la Palabra». Y la «homilía » como la actualización del mensaje para el aquí y el ahora, cuando es realmente una homilía que «saca» el sentido de los textos para hoy, en una especie de «exégesis » pastoral. Desde ella, «lo que dice el texto», como palabra de Dios en lenguaje humano, es previo a «lo que me/nos dice el texto», como aplicación y estímulo en el aquí y en al ahora.
Y la dimensión unitaria de los dos Testamentos. La relación que, especialmente en los domingos del tiempo ordinario, se establece entre la primera lectura, del Antiguo Testamento, y el texto evangélico, va progresivamente formando una espiritualidad bíblica que, desde la experiencia de la correlación, de la matización y hasta de la misma «corrección» que Cristo, como culmen de la revelación del Padre, supone para el conjunto de las Escrituras. La «clave» de lectura, de comprensión y de apropiamiento espiritual de la Palabra, se encuentra así
en Cristo Jesús. «En el principio», en efecto, no existía la Escritura; «en el principio, existía la Palabra».
He tenido mucho interés en que esta relación entre primera lectura y texto evangélico quede, hoy, subrayada
en los comentarios. Me parece, en efecto, un aspecto fundamental de la «construcción» del Leccionario, que no puede pasar desapercibida. Ya los mismos títulos que se dan a cada uno de los comentarios tienen esta finalidad. Como he repetido, sin embargo, en las introduccionesa los otros dos ciclos, no se trata, en realidad, de unos comentarios «formales»... Yo los he llamado «ecos». Fundados en una lectura seria del texto, pero con toda la subjetividad que los «ecos» tienen en la interioridad de ada uno, también en la mía.
Se trata, por tanto, de compartir «interioridad». No intimismo. Y para ese compartir he intentado subrayar
aspectos reales del texto, con la intención, sin embargo, de «hacer cómplices» de la misma mirada. Los lectores/meditadores (que de eso se trata, de ayudar a meditar y asimilar el texto bíblico), verán que hay una gran reiteración del tema de la confianza. Cada vez que el texto lo permitía, casi me salía espontáneo hasta el subrayado material de la palabra. Estoy convencido, en efecto, de que la confianza (en Dios, en Jesús, en el Evangelio y en los hombres y mujeres de hoy) es presupuesto imprescindible para una pastoral de la esperanza. De ella necesitamos todos. Los unos, por todo aquello que les sobra y no les sacia; los otros por todo aquello que les falta aún y saben y quieren «esperar contra toda esperanza».
Como en los Ciclos anteriores, los sonetos de Joaquín Fernández eran anteriores (una especie de «comentario en poesía»). En verdad, ellos son fuente de inspiración para muchos subrayados.
¡Ojalá que este acercamiento a la Palabra, servida «en la mesa» para preparar la «mesa de la Eucaristía» nos introduzca a todos en el misterio de la entrega de Jesús por nosotros y en la urgencia de nuestra entrega, en Jesús, para la salvación de todos!
Pedro Jaramillo Rivas
Y la dimensión unitaria de los dos Testamentos. La relación que, especialmente en los domingos del tiempo ordinario, se establece entre la primera lectura, del Antiguo Testamento, y el texto evangélico, va progresivamente formando una espiritualidad bíblica que, desde la experiencia de la correlación, de la matización y hasta de la misma «corrección» que Cristo, como culmen de la revelación del Padre, supone para el conjunto de las Escrituras. La «clave» de lectura, de comprensión y de apropiamiento espiritual de la Palabra, se encuentra así
en Cristo Jesús. «En el principio», en efecto, no existía la Escritura; «en el principio, existía la Palabra».
He tenido mucho interés en que esta relación entre primera lectura y texto evangélico quede, hoy, subrayada
en los comentarios. Me parece, en efecto, un aspecto fundamental de la «construcción» del Leccionario, que no puede pasar desapercibida. Ya los mismos títulos que se dan a cada uno de los comentarios tienen esta finalidad. Como he repetido, sin embargo, en las introduccionesa los otros dos ciclos, no se trata, en realidad, de unos comentarios «formales»... Yo los he llamado «ecos». Fundados en una lectura seria del texto, pero con toda la subjetividad que los «ecos» tienen en la interioridad de ada uno, también en la mía.
Se trata, por tanto, de compartir «interioridad». No intimismo. Y para ese compartir he intentado subrayar
aspectos reales del texto, con la intención, sin embargo, de «hacer cómplices» de la misma mirada. Los lectores/meditadores (que de eso se trata, de ayudar a meditar y asimilar el texto bíblico), verán que hay una gran reiteración del tema de la confianza. Cada vez que el texto lo permitía, casi me salía espontáneo hasta el subrayado material de la palabra. Estoy convencido, en efecto, de que la confianza (en Dios, en Jesús, en el Evangelio y en los hombres y mujeres de hoy) es presupuesto imprescindible para una pastoral de la esperanza. De ella necesitamos todos. Los unos, por todo aquello que les sobra y no les sacia; los otros por todo aquello que les falta aún y saben y quieren «esperar contra toda esperanza».
Como en los Ciclos anteriores, los sonetos de Joaquín Fernández eran anteriores (una especie de «comentario en poesía»). En verdad, ellos son fuente de inspiración para muchos subrayados.
¡Ojalá que este acercamiento a la Palabra, servida «en la mesa» para preparar la «mesa de la Eucaristía» nos introduzca a todos en el misterio de la entrega de Jesús por nosotros y en la urgencia de nuestra entrega, en Jesús, para la salvación de todos!
Pedro Jaramillo Rivas
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