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21 de marzo de 2011
19 de marzo de 2011
18 de marzo de 2011
17 de marzo de 2011
Retiro de Cuaresma
El 7 y 8 de Marzo, los animadores, asesores de grupos juveniles, adultos y jovenes que se encargan de los Encuentros Juveniles, realizamos un retiro que estuvo guiado por el Padre Hugo Salas. La reflexión tuvo como centro el mensaje del Papa Benedicto para esta cuaresma.
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14 de marzo de 2011
14 de Marzo. Nacimiento del P. Dehón. Carta del Superior General
Roma, 25 de febrero de 2011
Después de la carta del P. Blancal, ¿estaba más claro lo que Ud. pensaba cuál era el carisma de la Congregación?
Mi convicción y experiencia me decían siempre que el Amor de Cristo quiere cambiar el mundo, tanto el pequeño, el privado, como las realidades más amplias sociales… Ciertamente, hubiera sido más sencillo limitarse a la pastoral parroquial y a las misiones populares. Hubiera sido también más simple decir: la sociedad va por derroteros equivocados – pero nosotros no participamos en ello. Actuando de este modo, ¿hubiéramos respondido a las esperanzas ya la dinámica de Cristo? No lo creo.
Queridos todos:
Celebrar el nacimiento de una persona estimada y venerada es reconocer que su existencia es para nosotros un don de Dios. El 14 de marzo, día del nacimiento del P. Dehon, merece ser celebrado con acción de gracias y con la plegaria por nuevas vocaciones, religiosas y laicales, que puedan llevar hacia delante el camino que nos ha transmitido. La fecha es también una buena ocasión para conocer mejor su rica personalidad y la profunda experiencia de fe de nuestro Fundador.
Este año invitamos a la Familia Dehoniana a repensar de nuevo, un aspecto fundamental del carisma dehoniano, con la ayuda de una entrevista preparada por el P. Stefano Tertünte (GE), a quien se lo hemos pedido y agradecemos cordialmente. Sobre el argumento, queremos recordar lo que el P. Dehon había escrito en 1910:”He sido guiado por la Providencia para abrir diversos surcos, pero dos dejarán, sobre todo, una huella profunda: la acción social cristiana y la vida de amor, de reparación e inmolación al Sagrado Corazón de Jesús. Mis libros, traducidos en varias lenguas, hacen llegar a todas partes esta doble corriente que brota del Corazón de Jesús. ¡Gracias a Dios!” (NQT XXV/1910, 33)
Este año invitamos a la Familia Dehoniana a repensar de nuevo, un aspecto fundamental del carisma dehoniano, con la ayuda de una entrevista preparada por el P. Stefano Tertünte (GE), a quien se lo hemos pedido y agradecemos cordialmente. Sobre el argumento, queremos recordar lo que el P. Dehon había escrito en 1910:”He sido guiado por la Providencia para abrir diversos surcos, pero dos dejarán, sobre todo, una huella profunda: la acción social cristiana y la vida de amor, de reparación e inmolación al Sagrado Corazón de Jesús. Mis libros, traducidos en varias lenguas, hacen llegar a todas partes esta doble corriente que brota del Corazón de Jesús. ¡Gracias a Dios!” (NQT XXV/1910, 33)
Gracias a Dios, decimos también nosotros, por el nacimiento del P. Dehon, por su vocación y misión. Y damos gracias al Señor por la gracia de poder ser discípulos de un maestro y pastor “que siempre ha estado atento para estar presente entre los hombres de su tiempo, sobre todo entre los más pobres, entre los que carecían de recursos, de razones para seguir viviendo, sin esperanza alguna”.
Gracias también por la Iglesia, que continúa a proponer en formas nuevas su misión, como hace 40 años, como se decía en el Sínodo de los Obispos en 1971: “El trabajar por la justicia y el participar en la transformación del mundo, se nos aparece claramente como la dimensión constitutiva del Evangelio”(Justicia en el mundo, 6).
Gracias también por la Iglesia, que continúa a proponer en formas nuevas su misión, como hace 40 años, como se decía en el Sínodo de los Obispos en 1971: “El trabajar por la justicia y el participar en la transformación del mundo, se nos aparece claramente como la dimensión constitutiva del Evangelio”(Justicia en el mundo, 6).
Reverendo P. Dehon, dentro de poco, celebraremos su 168 aniversario de su nacimiento. Acaso sería un buen momento para considerar desde una cierta distancia, algunos temas que a usted, como Fundador, le eran muy presentes en su tiempo.
Querido hermano, mis años no me permiten ya largas entrevistas, si fuera tan amable como para limitarse a algunos temas centrales… se lo agradecería.
Comencemos, pues, con una pregunta muy sencilla: ¿Qué año ha sido para Ud. como Fundador de una Congregación, el más difícil?
Debes saber que, como Fundador de una congregación religiosa, estaba continuamente confrontado a tantos problemas: la salvaguardia de la independencia de la Congregación de frente a la Diócesis, era una lucha continua; los problemas económicos me han acompañado hasta el fina de mi vida, el reconocimiento por parte de Roma era extremadamente difícil, la calidad de los nuevos cohermanos dejaba mucho que desear. Todos estos son problemas que forman parte de una nueva Congregación –creo que los habíamos resuelto y afrontado todos bien. Pero la confrontación acerca de la dirección y el perfil que había que dar a la Congregación, fueron causa de desilusiones y tuvieron sus consecuencias. En este sentido 1897, fue el año más difícil.
Pero¡el 1897 también fue un año grande para Ud! Las conferencias de Roma sobre la visión cristiana de la sociedad, que han tenido un eco hasta en Francia; su empeño por la Democracia cristiana y por la aceptación por parte de los católicos franceses, en congresos, artículos y muchos encuentros con exponentes del catolicismo francés; su elección para el consejo nacional de la Democracia Cristiana, el congreso de Lyon; la publicación de sus libros Nos Congrés e Les Directions Pontificales…
Sí, sí todo esto es verdad. Pero Ud. me ha preguntado por un año difícil, como fundador de una congregación. Está claro que se puede decir que 1897 ha sido un año, para mí, rico de éxitos. Me he encontrado efectivamente a mi gusto. Como fundador era mi deseo que la congregación participara, y se empeñase más intensamente en los desafíos actuales, referentes al campo social, a la sociedad en su conjunto. La pastoral de los obreros, alrededor de la figura del P. Charcosset a Val-des-Bois, formaba parte de nuestras primeras actividades, y el P. Rasset, se ha ocupado por muchos años en San Quintín de los jóvenes obreros, En 1891, es más, he dirigido una carta al Papa León XIII y lo he informado del proyecto que la nueva Congregación tenía de la preparación y formación, ante todo, de cohermanos destinados al apostolado específico en las grandes fábricas y barriadas obreras, y que debían seguir su formación tanto en la universidad como en las fábricas de Val-des-Bois.
Todavía en 1895 conversando con el Papa he habado de la Congregación, de una Congregación que tenía como prioridad el anuncio en el campo social, el apostolado de los obreros y la Misión. Pero, no mucho más tarde, en 1897, he podido constatar que la mayor parte de nuestros cohermanos non compartía esta impostación y, puede, que no podían ni siquiera condividirla.
Todavía en 1895 conversando con el Papa he habado de la Congregación, de una Congregación que tenía como prioridad el anuncio en el campo social, el apostolado de los obreros y la Misión. Pero, no mucho más tarde, en 1897, he podido constatar que la mayor parte de nuestros cohermanos non compartía esta impostación y, puede, que no podían ni siquiera condividirla.
Resistencias contra Ud. como Superior General ya se habían manifestado antes, al principio de los años 90, por ejemplo.
Sí, es verdad. Ya en el capítulo general de 1893, algunos cohermanos han intentado no reelegirme como superior general. Entonces me echaban en cara un gobierno defectuoso de la Congregación. Por poco no lograron su intento, pero las tensiones dentro de la Congregación permanecieron. En 1897 hubo otra tentativa de escisión que no salió adelante. Pero esta vez quedó evidente que no se trataba de la calidad de mi gobierno. Estaba claro que se trataba sobre el perfil de nuestra Congregación, se puede decir, sobre nuestro carisma.
¿Piensa Ud. en la carta del P. Blancal y de otros cinco cohermanos?
Exacto. En realidad era más un manifiesto que una carta. En el fondo era un escrito muy honesto en el que se ponía toda la carne el asador, los problemas. Para los autores estaba en juego la pregunta sobre la verdadera vocación de nuestra Congregación. Habían ingresado en una comunidad que, a su parecer, estaba consagrada sobre todo a la santificación personal mediante una devoción al Corazón de Jesús, en el sentido de la reparación por las numerosas ingratitudes, sobre todo de los sacerdotes y religiosos hacia el Amor divino. Con respecto al apostolado se privilegiaba la adoración eucarística perpetua, las misiones en las comunidades parroquiales y los ejercicios espirituales. Todo lo demás era, según sus palabras, algo secundario de lo que se podía prescindir.
Ellos, han visto esta vocación traicionada por mí, por el rápido crecimiento de la Congregación, la expansión por países lejanos, el empeño en los problemas sociales más actuales. Por tanto, lógicamente, exigían una separación.
Ellos, han visto esta vocación traicionada por mí, por el rápido crecimiento de la Congregación, la expansión por países lejanos, el empeño en los problemas sociales más actuales. Por tanto, lógicamente, exigían una separación.
También este tentativo de escisión ha fracasado, a pesar de todo. Muy pronto alguno de los firmantes ha presentado sus excusas. Al final, Ud. ha vencido el desafío. ¿No es verdad, P. Dehon?
No se trata de una victoria o de una derrota. Se trataba más bien de cómo definir de qué manera específica nuestra Congregación debía servir a la Iglesia y al mundo. En los primeros años de la fundación habría dado, probablemente, mi aprobación incondicional. a la descripción de la vocación hecha por el P. Blancal y de los otros cohermanos. Pero creo que todavía no habíamos entendido lo que Dios quería, con y mediante, esta Congregación.
Después de la carta del P. Blancal, ¿estaba más claro lo que Ud. pensaba cuál era el carisma de la Congregación?
La carta del P. Blancal nos hacer ver que, los cohermanos habían entendido muy bien que este empeño, habría debido caracterizar también nuestra Congregación. Y esto tiene motivaciones que ahondan sus raíces profundas en la espiritualidad, en la experiencia de fe –esto hoy es mucho más claro que entonces. Para mí el empeño en la política, por una sociedad más justa, la voluntad de promover sacerdotes dedicados al mundo del trabajo, no eran solo accesorios que se podían poner o no poner, sin tocar el núcleo de nuestra vocación.
Pero, acaso, muchos cohermanos, piensan que este compromiso social y político era, por decirlo de algún modo, su pasión personal, pero no algo específico de la Congregación,
La carta del P. Blancal demuestra que los cohermanos habían entendido muy bien que este empeño debería haber caracterizado también nuestra Congregación. Después de 1897 he callado. Solo en 1912, treinta y cinco años después de la fundación de la Congregación, para decirlo de algún modo como mi testamento espiritual, donde una vez más ponía en evidencia que los dos apostolados estaban dentro de mi corazón: llevar a los hombres al Amor del Corazón de Jesús, y promover una sociedad más justa especial para los obreros y los pequeños. Cuanto estas cosas eran parte de mí mismo, y cuánto eran inseparables, lo he podido formular solo más tarde en mi vida, aunque lo he vivido ya en los años 90, que para mí fueron de mucha actividad. Muchos cohermanos no obstante olvidaron una pequeña palabra en estas frases.
¿Qué palabra era ésta?
La palabra “E”. Muchos cohermanos son piadosos y activos en la acción pastoral, algunos en el decurso de nuestra historia se han entregado con mucha generosidad al servicio de los pequeños y de los oprimidos, poquísimos se ha dedicado en modo competente a la profundización de la doctrina social, a los caminos y al análisis de la sociedad. Frecuentemente los cohermanos se deciden por uno u otro apostolado. Para mí, los dos caminan juntos.
Muchos hombres, y también cohermanos, se preguntarán todavía que cosa ha de compartir el compromiso social con la piedad.
Mi convicción y experiencia me decían siempre que el Amor de Cristo quiere cambiar el mundo, tanto el pequeño, el privado, como las realidades más amplias sociales… Ciertamente, hubiera sido más sencillo limitarse a la pastoral parroquial y a las misiones populares. Hubiera sido también más simple decir: la sociedad va por derroteros equivocados – pero nosotros no participamos en ello. Actuando de este modo, ¿hubiéramos respondido a las esperanzas ya la dinámica de Cristo? No lo creo.
Por mucho tiempo Ud. ha apostado por una sociedad, guiada por un monarca cristiano, tal como lo habían urgido las visiones de Santa Margarita María de Alacoque.
Yo mismo, por mucho tiempo, he soñado con cosas que ya estaban superadas, he pensado con nostalgia a los buenos tiempos pasados, en los que el cristianismo condicionaba cada fibra de la vida social. Si, todavía este pensamiento conserva aún una cierta fascinación para mí. Y por mucho tiempo he caminado al lado de católicos que se han empeñado por un retorno a la sociedad de otros tiempos. Los llamaban contrarrevolucionarios. Pero Cristo ha vivido el presente, lo ha cambiado, lo ha mejorado.
En 1900, he preguntado a los sacerdotes participantes a un congreso en Bourges: ¿hemos amado suficientemente la sociedad actual, o nos hemos echado para atrás ante
sus desafíos temiendo el quedar mal? La pregunta sigue abierta hasta nuestros días.
En 1900, he preguntado a los sacerdotes participantes a un congreso en Bourges: ¿hemos amado suficientemente la sociedad actual, o nos hemos echado para atrás ante
sus desafíos temiendo el quedar mal? La pregunta sigue abierta hasta nuestros días.
Parece que en el curso de su vida usted ha vivido una evolución muy notable.
Ciertamente sí. En fin, de estudiante y joven sacerdote, he sido un ardiente defensor de la monarquía. Pero el precio hubiera sido alto, y con el tiempo me he clarificado. No importa tanto que un país sea gobernado por un monarca, un presidente o un parlamente. Lo que es importante es, si la justicia y la solidaridad aseguran a todos los hombres una vida digna. El pueblo en Francia quería la república –mi objetivo era luchar para que la república llevara lo más posible un sello cristiano; en la cual, la Iglesia fuera reconocida como aliada de los débiles, sobre todo de los trabajadores, y de su esperanza de justicia.
Ciertamente sí. En fin, de estudiante y joven sacerdote, he sido un ardiente defensor de la monarquía. Pero el precio hubiera sido alto, y con el tiempo me he clarificado. No importa tanto que un país sea gobernado por un monarca, un presidente o un parlamente. Lo que es importante es, si la justicia y la solidaridad aseguran a todos los hombres una vida digna. El pueblo en Francia quería la república –mi objetivo era luchar para que la república llevara lo más posible un sello cristiano; en la cual, la Iglesia fuera reconocida como aliada de los débiles, sobre todo de los trabajadores, y de su esperanza de justicia.
Si he entendido bien, ha debido pagar un precio alto por este empeño: amigos que lo han abandonado, cohermanos que no lo han entendido…
Cuando era joven estudiante y sacerdote, no me hubiera imaginado llegar a ser un día criticado y rechazado por un obispo como “republicano recalcitrante”. Sí, abbés como Lemire, Naudet, Six, yo mismo y otros, no éramos bien vistos en muchas partes del mundo católico en Francia. Aun con hombres como Latour de Pin, de quien era amigo, han disminuido los contactos, porque permanecía monárquico y no quería mancharse las manos en la nueva sociedad. Cuando leo lo que he escrito en los años 90, en artículos, cartas y libros, me sorprendo yo mismo de mi evolución y la claridad de mis posiciones. Vuelvo a repetirlo: Cristo no se ha retirado nunca en un gheto social para ponernos mala cara – pues entonces podría enseguida renunciar a la encarnación. Se ha puesto al lado de la gente sencilla, de los despreciados y marginados. He intentado hacer la misma cosa.
Con su “Sí”, comprometido con república francesa, su atención por la Democracia Cristiana, ¿en el fondo, usted, ha traicionado el espíritu de Paray-le Monial y de Margarita María de Alacoque?
El mensaje de Paray-le- Monial, desde el principio era un mensaje muy político. En su carta al rey de Francia, Margarita María de Alacoque, habla muy claramente de una devoción al Sagrado Corazón que sea relevante y efectiva para la sociedad. Ninguna señal de una reducción a la esfera privada, todavía Margarita María no se había enfrentado con una sociedad en la que, el acceso al poder y su ejercicio, funcionasen totalmente separados de la Iglesia y en la que los monarcas no desempeñaban ningún papel. Para mí, la cuestión estaba muy clara: solo al lado del pueblo, solo en una república deseada por el pueblo, sería posible permanecer fiel a la relevancia social de la devoción al Sagrado Corazón – así como lo había pedido Santa Margarita María de Alacoque. No, ciertamente, no he traicionado a Margarita María, acaso he dado un paso adelante – pero, ¿existe otra posibilidad si el mundo ha dado tantos pasos hacia delante desde los tiempos Margarita María?
Queridos hermanos y hermanas en la Familia Dehoniana, es cierto que el mundo continúa a cambiar. Demos también nosotros nuevos pasos, poniéndonos como el P. Dehon, al servicio de una sociedad según el Corazón de Cristo.
Por esto, rezamos y pedimos la oración de otros, para crecer en la fidelidad del carisma dehoniano. El Señor de la mies suscite nuevas vocaciones en nuestras familias y comunidades.
Queridos hermanos y hermanas en la Familia Dehoniana, es cierto que el mundo continúa a cambiar. Demos también nosotros nuevos pasos, poniéndonos como el P. Dehon, al servicio de una sociedad según el Corazón de Cristo.
Por esto, rezamos y pedimos la oración de otros, para crecer en la fidelidad del carisma dehoniano. El Señor de la mies suscite nuevas vocaciones en nuestras familias y comunidades.
En comunión Cristo.
P. José Ornelas Cravalho
Superior General y Consejo
Superior General y Consejo
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13 de marzo de 2011
Domingo Día del Señor....(13 Marzo 2011)
El encuentro de Jesús con Satanás en el desierto Las tentaciones en el desierto de la vida Mateo 4,1-11 |
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9 de marzo de 2011
Miércoles de Cenizas... Comienza la Cuaresma
Después del carnaval viene el miércoles de ceniza, cuando comienzan los preparativos espirituales de cara a la Pascua cristiana. Qué significa y qué debe hacerse
Hoy, con el miércoles llamado "de Ceniza", comienza la Cuaresma, período de 40 días en el que los cristianos se dedican a la oración, la penitencia y los actos de caridad y misericordia, como preparación para celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Este día se efectúa el rito de la imposición de la ceniza en la cabeza de los fieles, con las palabras: "Recuerda que eres polvo y al polvo volverás" o "Conviértete y cree en el Evangelio". Durante estos días la liturgia adopta el color morado para las celebraciones, símbolo de la austeridad cuaresmal.
El 9 de marzo 2011 es el día de la imposición de las cenizas que recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestra vida definitiva se encuentra en el Cielo, según las creencias cristianas.
Origen de la costumbre
Antiguamente los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio y los ninivitas también usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida a una vida con Dios.
En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un "hábito penitencial". Esto representaba su voluntad de convertirse.
En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión.
Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior. Esto recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.
También fue usado el período de Cuaresma para preparar a los que iban a recibir el Bautismo la noche de Pascua, imitando a Cristo con sus 40 días de ayuno.
La imposición de ceniza es una costumbre que recuerda que algún día llegará la muerte y que el cuerpo se convertirá en polvo. Enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien habido en alma permanecrá por toda la eternidad. Al final de la vida, sólo se llevará aquello que se haya hecho por Dios y por los semejantes.
Cuando el sacerdote pone la ceniza, se la debe recibir con una actitud de querer mejorar, de querer tener amistad con Dios. Ella puede ser recibida por niños y adultos
Significado del carnaval al inicio de la Cuaresma
La palabra carnaval significa "adiós a la carne" y su origen se remonta a los tiempos antiguos en los que por falta de métodos de refrigeración adecuados, los cristianos tenían la necesidad de acabar, antes de que empezara la Cuaresma, con todos los productos que no se podían consumir durante ese período (no sólo carne, sino también leche, huevo, etc.)
Con este pretexto, en muchas localidades se organizaban el martes anterior al miércoles de ceniza, fiestas populares llamadas carnavales en los que se consumían todos los productos que se podrían echar a perder durante la cuaresma.
Muy pronto empezó a degenerar el sentido del carnaval, convirtiéndose en un pretexto para organizar grandes comilonas y para realizar también todos los actos de los cuales se "arrepentirían" durante la cuaresma, enmarcados por una serie de festejos y desfiles en los que se exaltan los placeres de la carne de forma exagerada, tal como sigue sucediendo en la actualidad en los carnavales de algunas ciudades, como en Río de Janeiro o Nuevo Orleans.
El ayuno y la abstinencia
El miércoles de ceniza y el viernes santo son días de ayuno y abstinencia. La abstinencia obliga a partir de los 14 años, mientras que el ayuno, desde los 18 hasta los 59 años. El ayuno consiste hacer una sola comida fuerte al día y la abstinencia es no comer carne. Este es un modo de pedirle perdón a Dios por haberlo ofendido y decirle que queremos cambiar de vida para agradarle siempre.
En este período se debe hacer oración, la cual según la fe cristiana, acerca a Dios y ayuda a cambiar el ser interior y con ello ayuda a mejorar la forma de vivir.
Pero para que la oración rinda frutos debe hacerse con verdadera fe en cada intención, que se pide sin pretender engañar a un Dios que todo sabe y entiende.
También se hacen sacrificios, cuyo significado es "hacer sagradas las cosas". Estos deben hacerse con alegría, ya que es una forma de manifestar el verdadero amor. "Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo, ya recibieron su recompensa. Tú cuando ayunes, úngete la cabeza y lava tu cara para que no vean los hombres que ayunas, sino Tu Padre, que está en lo secreto: y tu padre que ve en lo secreto, te recompensará. " (Mt 6,6)"
La ceniza no es un rito mágico, no quita pecados, pero es un signo de arrepentimiento, de penitencia, pero sobre todo de conversión. Es el inicio del camino de la Cuaresma, para acompañar a Jesús desde su desierto hasta el día de su triunfo que es el Domingo de Resurrección.
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Cuaresma 2011
6 de marzo de 2011
Una web ofrecerá 10 minutos de oración en audio para cada día
Desde el miércoles 9 de marzo, miércoles de ceniza, estará online la nueva web www.rezandovoy.org. Con el objetivo de adaptarse a los tiempos, aprovechado las nuevas tecnologías y los lenguajes contemporáneos, se hace cada vez más urgente proponer nuevos espacios de oración. Tanto pensando en las nuevas generaciones como en las vidas, a menudo agitadas, de cada persona surgió este proyecto respaldado por la Compañía de Jesús.
Hereda el modelo que ya lanzaron hace tres años, con gran éxito, los jesuitas ingleses en www.prayasyougo.org Ahora, la compañía de Jesús en España, y con ella un grupo enorme de religiosos y laicos, hombres y mujeres de todas las edades, se unen en este proyecto. ¿De qué se trata? De que una persona pueda encontrar, cada día -de lunes a viernes- una oración que puede escuchar (escucharla desde el mismo ordenador, o descargarla, y llevarla consigo).
Son alrededor de doce minutos, y en cada oración se incluye la lectura de ese día, algunas pautas para la meditación y músicas que puedan acompañar o inspirar. Los creadores señalan su intención de que esta web sea de ayuda, tanto para las comunidades como para la labor pastoral.
Rezandovoy es una iniciativa de Pastoralsj, proyecto respaldado por la Compañía de Jesús. También participan las editorialesSal Terrae y Mensajero, el Instituto Nevares de Empresarios Agrarios (INEA), diversas instituciones, como el apostolado de la oración, y diversas personas e instituciones.
4 de marzo de 2011
Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2011
Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2011
04 de marzo de 2011
vatican.va
«Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).
1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.
Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.
2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.
El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf.Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».
Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.
3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. Elayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de lalimosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.
Vaticano, 4 de noviembre de 2010
BENEDICTUS PP. XVI
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).
1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.
Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.
2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.
El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf.Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».
Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.
3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. Elayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de lalimosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.
Vaticano, 4 de noviembre de 2010
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